La
corrupción ha sido estudiada, comentada y, en gran medida, “ignorada” en muchos
de sus alcances reales, lo cual hizo imposible hasta hoy el nacimiento de una
teoría general.
Con
esa carencia e inexactitud se han venido aplicando políticas tendientes a
combatirla.
Los
resultados de tales políticas siguen siendo dudosos y discutibles.
Se
persigue a los hechos de corrupción aisladamente; pero el proceso legal y los
juzgadores no se encuentran preparados para sentenciar a los corruptos, que
verdaderamente sostienen el sistema.
La
razón de esta limitación que irrita a grandes sectores de la sociedad se
encuentra posiblemente en el origen del sistema.
Un
sistema se origina con el fin de obtener un resultado óptimo, en una
determinada empresa, sociedad o nación teniendo el mínimo de riesgos y costes
económicos o morales.
Un
sistema nace con una palabra, y para dar una significación a la palabra se debe
conocer su origen semántico.
La
palabra corrupción proviene de las raíces latinas “corruptiõ” y “õnis”, que
significan: acción y efecto de corromper o corromperse; vicio o alteración
introducido en las cosas no materiales.
Inicialmente
el término designaba la alteración de una cosa y luego terminó por definirse
como la destrucción de la cosa.
Con
la evolución y organización de los Estados modernos el término llego a tener
cierta semejanza con los referidos al “peculado” o la malversación de los
bienes públicos y otros delitos al erario público.
Pero
indudablemente el origen del término tiene una base estrictamente moral. Este
hecho ha retrasado el estudio serio del “nuevo” fenómeno que tuvo sus inicios a
partir de la segunda mitad del siglo XX.
Fenómeno
considerado como meramente económico por una corriente y de orden estrictamente
político por otros, está dando hoy sus verdaderos frutos: se ha sistematizado
la corrupción.
Ya
no concurren hechos aislados que involucran a un “corrupto y a un “corruptor”;
sino que se configura todo un escalafón perfectamente coordinado con los tres
poderes del Estado a la espera de la cooperación “voluntaria” del capital
privado.
Lo
más importante de la cuestión, y que es tema central del libro, es la perfecta
unión, cohesión y sinergia corrupta establecida entre los tres tipos de ignorantes
distribuidos en los tres poderes del Estado.
Como
los analfabetos, los peligrosos y los acomodados pueden tener un radio de
influencia que abarca a grandes sectores de la población activa del país, el
sistema parece ser el “elegido por la mayoría”.
Por
la corrupción se configura en nuestro país como un nuevo contrato social, ya
que los gobiernos que se suceden buscarán involucrar directa o indirectamente al mayor número
posible de personas al sistema, y con ello ir garantizando el poder del “pueblo”.
Por
ello, más que simples actos de lucro indebido, se busca, a través de los tres
ejes de ignorantes, la manutención del poder a través de la complicidad masiva,
haciendo gala, incluso, de un patriotismo cínico.
Por
ello el orden dogmático y práctico del derecho y la legislación positiva que
proponen una definición objetiva superficial de la corrupción, considerándola
como un “conjunto de actos” tiene un carácter desfasado para los tiempos
presentes del Paraguay.
Para
erradicar la ignorancia y la corrupción del plano político y social se deberá
hacer una acción simultánea, algo semejante al operativo “manos limpias” de Italia, o otros de Latinoamérica; escasos
aún, justamente por la estrecha afinidad que tienen la ignorancia y la
corrupción. Y el desconocimiento y la inaplicabilidad llevan necesariamente a
la impunidad.
La
ignorancia es el medio para disfrazar a la corrupción con la “acción social”.
Y
es la corrupción y la corruptela el mejor medio para seguir manipulando la
información masiva, la dogmática y el catecumenado.
Por
ello, ¿sigue siendo eficiente considerar a la corrupción como una noticia de
“fin de semana”?
No.
El único camino deberá ser estudiarla como un sistema.
Y
el siguiente paso será el estudio profundo de la “ciencia de la Corrupción ” en la
carrera de Derecho y ciencias sociales y políticas, en los colegios y en las
escuelas.
Para
ello es requisito conocer las tres etapas de la corrupción en un país en
desarrollo. Lo llamamos el qué, el quién y el cómo. Una manera didáctica de
designar a tres etapas de la
degeneración social y moral, que tanto preocupa al prelado y otras
corrientes religiosas, por dar la apariencia de llevarnos a un callejón sin
salida.