Los instrumentos modernos, como las cámaras de
vigilancia, nos están demostrando cada día la venalidad reinante en el país,
con el rótulo de la corrupción sistémica, que capitaliza esta situación, a cada
minuto por las calles y pueblos.
En algunos casos, los agentes del orden, que
han cumplido con su rol de defender a la ciudadanía, han sido “premiados” con
la remoción de su puesto, bajo la influencia de altos funcionarios públicos.
Sin que la Justicia
tome intervención, para proteger a un luchador anticorrupción, como lo
establecen los acuerdos internacionales, firmados y ratificados por nuestro
país, sobre el combate a este flagelo. La consecuencia de esto es la
inseguridad.
Tampoco miembros del partido en el poder, se
han manifestado o tan siquiera observado este hecho, por ser una
correligionaria suya quien ordenó el cambio del agente; una ciudadana que fue
electa por el partido, para administrar una comunidad.
Según la TGC , la corrupción no molesta hasta que son perjudicadas,
las personas, sin posibilidad de ejercer la vida en un Estado de derecho, con
libertad, sin miedo, para crecer sin ignorancia.
Hoy la sociedad señala, sin temor, diciendo a
través del cuarto poder, que esta venalidad predominante, en todas las instituciones
del país, nos demuestra que la corrupción es el mal número uno. Por lo cual, solo si se recupera, al menos en parte, los perjuicios causados al
erario, se tendrá alguna posibilidad real, de mejorar las condiciones de vida
de la población.