En Latinoamérica, hemos tenido de costumbre el
cambiar, agregar, sacar y moldear según la cara de los encargados, a la Constitución. Y
eso, si lo analizamos, es corrupción.
Más aún, en democracia, con un gobierno “del pueblo; para el pueblo y por el pueblo”,
que normalmente se constituye en Asamblea Permanente, al servicio de los
ciudadanos que eligieron representantes.
Aquellos representantes que hacen mal uso de su
poder, evitando la mantención con buena salud de una Constitución, deben ser
sancionados por todos los ciudadanos. Este abuso en nombre de la “democracia”,
convertida en corrupción sistémica, se utiliza para obstruir los cambios y
progresos jurídicos, principalmente doctrinarios y garantistas de las Constituciones
a nivel mundial. Son principios necesarios para frenar el abuso de poder en
todos los ámbitos y permitir el desarrollo sustentable en plena libertad.
Existe también otra motivación, aún peor, por
parte de los politiqueros para cambiar la Constitución : El
dejar ocultas todas las violaciones hechas a la actual, en forma de delitos,
actos de corrupción y otras lesiones contra la
Ley Suprema de esta nación.
Si bien conocemos, por la TGC , que la interpretación de la Ley es la máxima corrupción
sistémica, nos damos cuenta del peligro que comporta toda democracia cuando los
ciudadanos permiten la mala interpretación; amoldándose para algún poder
fáctico a los artículos constitucionales, con el pretexto de mejorar. Luego se
tendrá que esperar diez años nuevamente para solucionar las aberraciones.
El derecho se puede argumentar: Pero no se
puede traficar la razón a la hora de aplicar el texto Constitucional, mucho más
en el campo público y de la
Administración del Estado.
A la corrupción, bien sabemos, no le interesa:
nación, color y raza, sino solo recaudar económicamente a través del sistema,
en perjuicio, generalmente del erario público.
Bajo esta premisa se preparan; los personajes
politiqueros, que harán de sus voceros en cada uno de los poderes. Porque la
política, en realidad, carga con toda la responsabilidad ante la ciudadanía.
El respeto al ser humano, al hombre como
género, en sus derechos políticos y libertad, son los únicos que pueden
permitir la lucha real contra la corrupción, para evitar que la misma siga
destruyendo bosques, contaminando ríos y vaciando las instituciones públicas de
moral y bienes.
La curación social, el
mejoramiento de la sociedad y de la ley, se da también manteniendo el buen
cuero, y no solo afilando las cuchillas.