Aunque nos guste controlar y poner “orden”, a
la manera que nos interesa, en la democracia no se puede sujetar, exigir o
buscar acomodar el derecho a favor de la corrupción.
La T.G .C. reconoce que la política es la
única actividad que puede hacer progresar a las naciones y disminuir la
corrupción, siempre que los actores políticos sean exigidos en democracia y
supervisadas las instituciones por el pueblo; los ciudadanos; para no permitir
que en nombre de un silencio nos vendan la corrupción sistémica del mundo.
La coerción se utiliza generalmente en contra
de la prensa, de modo a frenar la libertad de expresión; convirtiendo la
información en propaganda para favorecer a determinados grupos o al “Estado”.
Un ejemplo básico de manipulación salta a la
vista: La ley electoral vigente establece como monto máximo de gasto en
propaganda política, por candidato, poco más de 3900 millones.
Se gastó por cada uno de los principales, entre
dos y cuatro veces más de lo claramente permitido. El Tribunal Electoral, bien
gracias.
Triste papel la de esta institución, al servicio
de la corrupción sistémica, al no sancionar o por lo menos denunciar el hecho
público, siendo los encargados de dar “transparencia” y legitimidad a los
comicios.
Aquí “entre nos” como decía el gran Cantinflas,
pasa todo después de unas acomodadas elecciones, de los más ricos y sus lacayos
de turno, utilizando, penosamente, a la prensa para “felicitar” por el
desempeño omisivo del órgano electoral, encargado de hacer cumplir el derecho y
no las ambiciones políticas de sus juzgados ocasionales.
Democracia
A todos nos gusta una democracia respetuosa del
Estado de Derecho, así exigimos diariamente a nuestros vecinos en Latino
América.
Cuando las instituciones encargadas y sus
representantes no hacen cumplir el derecho, principalmente en las importantes
campañas electorales, vemos que la coerción del poder público se pasa al
servicio de la corrupción sistémica. Después incluso pretendemos recalcar
internacionalmente sobre la “calidad” de unas elecciones u otras.
La democracia no funciona, y no termina con la
legitimación formal, que se realiza pisoteando principios constitucionales
fundamentales.