El peso de la democracia, aunque silencioso, llega,
tarde o temprano, a un actor político; aún para jurar y recibir de manos de los
encargados electorales su correspondiente cartulina de reconocimiento, que los
proclama como legisladores. Algunos de ellos llegan hasta ahí incluso teniendo
antecedentes de hechos de corrupción.
Casualmente hubo muchos ausentes en este acto,
tal vez, por falta de fe en los
encargados de supervisar las elecciones.
Seguimos la promesa de “corrupción cero”: dicha
por el nuevo mandatario, imitando a su predecesor. Sólo que a éste último,
desde el día siguiente de haber asumido, ya lo avasalló la corrupción
sistémica.
Hoy podemos confirmar que lo ha manejado igual
que lo hacen los bueyes a un yugo, sin posibilidad de zafarse, sin quedar otra
que estirar más su mandato, postergando al hambriento pueblo, y priorizando
cuestiones personales y familiares.
Según la
TGC , aunque uno persiga la pequeña corrupción y aumente con
ello la venta de periódicos, la “gran corrupción” logra manejar al poder
haciendo estragos en las promesas de cualquier político.
El flagelo
La corrupción es un sistema imposible de
contrarrestar con simples medidas cosméticas. Es un sistema que se ha instalado
sin apuro y que solo espera, a quién sea, para sacar resultados, en perjuicio
de la civilización y la comunidad. Tal vez pase un tiempo en el país para que
esta realidad se comprenda.
La carga de una promesa puede fundir a todo un
partido, si quien promete no logra cumplir con lo dicho.
La confusión tanto de los electores como de los
elegidos, sobre la cuestión del gobierno y su mezcla con la vida de los
negocios, tanto a nivel nacional como internacional, obliga a los candidatos a
prometer creyendo que la corrupción es subjetiva. Pensando que el aparato
estatal y político puede ser exigido de manera unilateral, como en una empresa
privada.
En la administración pública, desde los más
altos cargos hasta el de menor rango, se confunde hoy el deber de cumplir a
favor de la ciudadanía con el beneficio que le debe reportar el cargo, esperan
así coimas y demás favores, de arriba para abajo, para sustentar la propia idea
de la función pública.