Hay mucho para aprender y reconocer en una
democracia.
No se debe confundir cantidad con calidad y
respeto a los principios del derecho universal, que, me parece, es lo que aún
prima y se sostiene en América Latina, desde que fuimos todos signatarios de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos en 1948, el pacto de San José de Costarrica(1967) y la Convención
Interamericana Contra la Corrupción (1995). Todo
bajo un mismo fin: vivir en un mundo mejor.
Al no respetarse los principios del derecho
universal fácilmente se cae en corrupción sistémica y su consecuencia es la
injusticia en el campo internacional.
Hemos explicado, según la TGC , los elementos
imprescindibles de la “gran corrupción”: Poder e ignorancia en la aplicación en
perjuicio de un particular, de una sociedad o de un Estado.
Esta realidad se ha demostrado aquí de manera
tan rápida y temeraria a manera de “delito político” y hoy estamos tratando aún
de justificar el daño causado a nuestra democracia y al derecho internacional
en cuanto a la apresurada interpretación, que nos delata más antes que
defendernos. Se adjetiva la “cantinfleada”, mostrando sin pudor la corrupción
sistémica de la que fue objeto nuestra Constitución. Aquí viene el resultado de
un atropello a la justicia.
La corrupción y sus
caras
Cuando ocurre en contra de nuestros intereses y
bienes nos parece abuso y despropósito; queremos que toda la sociedad salga a
apoyarnos y gritar con el mismo apremio nuestro. Pero, en la democracia latina
no debemos olvidar que seguimos teniendo gobiernos “bananeros” mantenidos por
esbirros que pretenden confundir la justicia, con vicio e ignorancia, lo que
equivale a corrupción. Tienen entonces como único objetivo devorar las riquezas
naturales de sus conciudadanos y vecinos ya que la “gran corrupción” no tiene
país ni raza, todo puede estar al servicio de sus fines económicos.
No es la cantidad lo que libera en la
democracia de la corrupción sino la calidad y el respeto de la buena
interpretación de las normas constitucionales; sin prepotencia ni
avasallamiento, por más rico o más grande que sea en el mundo.