*Del libro "La ignorancia y la corrupción: el origen de un sistema". Asunción, 2008.
Es
importante establecer la ubicación de nuestro país en el mundo, y la de los
pueblos asentados en su territorio, para determinar con precisión el origen de los dos males, la
ignorancia y la corrupción, en cada uno de ellos.
Aquí
en Paraguay, parecería que la corrupción y la delincuencia han recrudecido. Sin
embargo, la realidad muestra que estos males simplemente se acomodan al medio
en que se incuban y toman diferente cariz sea en el régimen o sistema de
gobierno que fuere.
Siempre
favorecerá a unos pocos, y burlará a los opositores en sus planes, mientras
siga atada a los nudos del poder político y militar.
Con
esa simbiosis, no se dará nunca la más mínima posibilidad de solución a las
necesidades económicas de los sufridos campesinos y de la llamada gente bien,
si no aceptan la intermediación y las propuestas de los dirigentes ignorantes
del sistema corrupto.
En
el Paraguay, los núcleos poblacionales mayores se hallan asentados sobre rutas
internacionales.
Ésta
circunstancia posibilita una rápida salida de bienes y personas al exterior,
tanto a la Argentina
como al Brasil.
Entre
ambas, y servidas de un puente, se ubica una gran ciudad.
De
por sí, este hecho confiere muy buenas posibilidades económicas si se tiene el
verdadero interés de hacer bien las cosas.
Es
decir, de estimular el comercio lícito, y no en inundar el mercado con
productos falsificados.
Se
debe comenzar a concienciar a la gente de cada ciudad sobre el significado de
la verdad y la justicia en el desarrollo de los pueblos.
La
población misma debe rechazar y perseguir a los forajidos e inescrupulosos que
llegan a nuestras tierras para lavar sus bienes mal habidos y hacerse, incluso,
de influencia política.
Numerosos
indeseables arriban a nuestro suelo, huyendo de la justicia de sus países, y
que una vez instalados, se dedican a explotar negocios ilegales que destruyen
no sólo la imagen del país, sino los cimientos mismos de la economía,
ahuyentando las inversiones.
Todo
esto conspira contra el ingreso per
cápita de cada uno de nosotros.
La
inseguridad reinante y la demostrada incapacidad de nuestros dirigentes para
corregir este mal, convierten al país en un barco sin timón, que navega siempre
a la deriva.
Para
tratar de encontrar una solución práctica al grave problema nacional originado
en la falta de seguridad y de la impunidad por carecer de una recta justicia,
ocasionadas por la ignorancia y la corrupción, deberíamos desplazarnos,
imaginariamente, hasta un pueblecillo del interior del país, que cuenta con no
más de tres mil habitantes.
Cualquier
poblado de nuestras campiñas puede contar con ese número de habitantes,
equivalente al que contiene un solo barrio de la capital.
Cada
núcleo poblacional tiene una trascendental importancia, porque en ellos se
generan interesantes medios de vida a menor escala, que nos sirven para
comprender la situación del país.
La
suma de las influencias totales de los
pueblos, barrios y ciudades, determinarán finalmente el peso de la balanza
económica nacional.
Los
habitantes de cada municipio abonan sus impuestos.
La
comunidad cuenta con reparticiones de la Administración Central ,
cuyos funcionarios están a su vez presupuestados.
Los
entes descentralizados también tienen sucursales en la ciudad.
Completan
el esquema los tribunales y juzgados, y las autoridades propias del lugar.
Su
población civil, por lo normal, es bastante temerosa, y es asiduamente
maltratada por quienes ejercen el cacicazgo en la zona; por tal razón, tales
ciudadanos no tienen tiempo de evaluar la paupérrima situación económica,
social y cultural en la que se halla inmersa.
Entonces,
llega la migración.
Quien
escribe estas líneas es testigo, como muchos otros compatriotas, del masivo
éxodo de jóvenes que abandonan el lugar que los vio nacer.
Se
dirigen a la Argentina ,
al Norte, a Europa, por no hallar trabajo en su nación.
Su
fuerza juvenil, en vez de contribuir al fortalecimiento de nuestra economía,
será utilizada para engrandecer la ajena.
Entonces,
la inseguridad campea.
Sin
embargo, para combatirla los mismos vecinos suelen organizarse.
Como
cada pueblo tiene un diámetro promedio de siete kilómetros, y dentro del mismo
se distribuye toda la población, los vecinos se conocen y tratan diariamente.
Se
enteran a diario sobre quiénes llegan, qué hacen y hasta qué comen.
Con
la misma familiaridad trata a los funcionarios públicos que se desempeñan en el
lugar.
En
ese estado de cosas, es muy difícil desconocer a quienes cometen delitos o a
quienes sobreviven al margen de la
Ley.
De
residir en el lugar, los criminales, ya será porque generalmente cuentan con el
padrinazgo de algún importante funcionario estatal, con quien comparte el
botín.
Es
sorprendente observar como se ha llegado al extremo de una total falta de
interés de los pobladores en cooperar para el mismo provecho comunal, a fin de
evitar la presencia de indeseables en su vecindad.
La
inhibición popular ejercida a través de los ignorantes peligrosos, con sus
leales analfabetos, ha hecho que los conciudadanos simplemente se desentiendan
de los peligros comunitarios.
Se
ha esfumado la costumbre de cuidarse unos a otros. El hecho es a nivel
nacional.
La
notable falta de entendimiento y razonamiento para ayudarse mutuamente en las
ciudades, es transmitida a los niños. Nuestros hijos aprenden todo cuanto
captan sus sentidos, donde ya sólo actúan los medios de comunicación masiva:
como la televisión, que engendra una conducta consumista y ególatra.
Los
jóvenes son las principales víctimas del manoseo ocasionado por la ausencia de
interés y falta de conciencia de los adultos.
Una
vez más, el denominador común es la ignorancia, y su consecuencia la
corrupción, que acechan como dos espectros lúgubres toda la geografía patria.
Debemos
confesar que toda esta confusión y transpolación de valores surge del nuevo
sistema democrático, que creemos hemos comenzado a experimentar a partir de
febrero del ´89. Desde esa madrugada
de la Candelaria ,
se viene creyendo erróneamente que la libertad sin control es el fin de la
democracia.
Se
considera por lo tanto que la escuela es suficiente para formar y educar a
niños y jóvenes. Todo cambió, menos nosotros. Con cierta especie de amnesia
colectiva se pretende olvidar a la anterior época, caracterizada por un
autoritarismo a ultranza.
Son
los mismos políticos, forjados al amparo de la corrupción de la dictadura, los
que son sorprendidos día tras día ocupando sus bancas, accediendo a
ministerios, y perdiendo el tiempo en
discusiones baladíes, antes que ocuparse
de los problemas centrales que competen a la administración del Estado.
Otra
herencia de la dictadura, es la de habernos acostumbrado a acoger en nuestro terruño a cuantos mal vivientes
del mundo lo deseen. Inclusive, en otros tiempos se le daba una perfecta
justificación económica.
Si
bien el mote de “país refugio de criminales”, nos lo hemos ganado merecidamente
desde hace un buen tiempo, es hora de ejercer nuestros derechos democráticos y
eliminar de raíz los vínculos entre las mafias multinacionales, el crimen
organizado y el poder político.
A
todo esto debemos agregar que resulta absolutamente injustificado la supuesta
imposibilidad o “falta de medios” para controlar un país de tan escasa
población.
No
se explica que habiendo representantes de los diversos ministerios en cada
zona, no pueda brindarse una inmediata solución a la delincuencia.
Alguna
vez el pueblo deberá aprender a elegir a sus representantes.
Hasta
el momento se tiene la certeza de que aquellos que alcanzan el triunfo en las
urnas, lo obtienen por hallarse, de algún modo, vinculados o al servicio de la
corrupción.
El
país del mañana es el que los jóvenes paraguayos deben comenzar a formar con la
sinceridad, la honestidad y la verdad. Con la justicia y la equidad.
Ello,
si piensan ser protagonistas del siglo XXI, y no simples espectadores o
seguidores de dirigentes ignorantes y corruptos.
¡¡Que
amanezcan jóvenes en una democracia de Verdad y de Justicia!!