El Estado: “Es el conjunto de los tres poderes
que hace posible la convivencia en Derecho de cada nación, en democracia o en
dictadura”.
Resaltamos
que en un Estado no democrático también suele necesitarse de la división en
tres poderes para conformar un Gobierno.
Los tres
poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, deben tener un control recíproco y
armónico.
Ahora
bien, aquí en nuestro ambiente político, siempre hubo la tendencia emanada de
la misma Constitución, de otorgar a uno de los poderes mayor preeminencia sobre
los dos restantes[1].
Y lo
único que se ha conseguido es hacer más dificultosa la claridad y transparencia
en el manejo de la cosa pública.
La
ignorancia se manifiesta en el Estado cuando ninguno de los Poderes se esfuerza
por cumplir a cabalidad con los
objetivos propuestos, o alguno de ellos intenta avasallar a los otros.
Éste es el buen arte de los peligrosos, para ejercitar sus conocimientos.
Es aquí
donde se nota con suma claridad, en las democracias latinoamericanas, la mano
de la corrupción.
Ninguno
de los tres poderes puede llevar adelante sus propuestas por un simple juego: al poder gracias a los dirigentes, y en el
poder, para controlar a los dirigentes.
Los
mismos, ignorantes de diversa estirpe, confunden y se contradicen; no pueden
cuestionar mucho, solo callar y recibir lo que sobre. Total, es sólo una pieza
más del engranaje ganador del poder.
Sin
embargo, los representantes de los distintos poderes y sus Ministros se consideran a sí mismos amos y
señores. Sin límites definidos de poder, para cumplir con las obligaciones que
el pueblo a través del voto les ha impuesto.
Comienzan
a practicar entonces su voluntad unipersonal, olvidando, repetimos, que deben
su cargo a ese esquema ganador, y a las filas de un partido político.
Ellos
entienden que la democracia, así debe de funcionar.
Ese es
el caldo de cultivo de la corrupción.
El
razonamiento es simple. Después de todo, el corruptor nunca aparece y el
corrupto no siempre será conciente de su culpabilidad, y alegará que lo
destituyeron del cargo por no responder a la corriente del gobernante de turno.
Éste
sistema empobrece rotundamente a Latinoamérica, y permite la aparición de seudo
dirigentes en todos los escaños; que si uno se dedica a investigar sus
antecedentes, encontrará a feroces individuos disfrazados de mansos corderos,
que no reparan en los medios que utilizaran para lograr sus oscuros objetivos.
¿Por qué se permite la intervención de este
tipo de marginales en la política de las naciones latinoamericanas?
Sencillamente,
por ignorancia. Ignorancia de sus habitantes, y la ignorancia inoperante de sus
intelectuales.
En una
democracia, sin ignorantes ni corruptos, no pueden surgir mandones, sino
dirigentes dedicados íntegramente a continuar los proyectos oportunos y
lícitamente trazados por sus antecesores. Corrigiendo los errores y las
imperfecciones, y de ser necesario, derivar a los administradores de justicia
la investigación de los hechos y consecuencias de la gestión corrupta.
Es
decir, el Estado, a través de su justicia deberá condenarlos o exculparlos,
según las pruebas, en procesos trasparentes y públicos, sin tener en cuenta a
qué partido político pertenezcan. Sólo allí podremos empezar a vivir un verdadero Estado de Derecho, democrático,
propio de una nación civilizada.
Para
lograr éste ideal, será necesaria, indefectiblemente, la profesionalización de
la función pública, para que esta deje de ser un simple trofeo electoral.
Lograr
la conformación de tribunales competentes, y la promulgación de leyes adecuadas
al tiempo, al desarrollo y la idiosincrasia de nuestro país.
La
perturbadora costumbre de pretender corregir, desechar, y luego volver a
iniciar las obras, iniciadas por los
predecesores, en los distintos estamentos de los tres poderes, constituye y
constituirá un gran obstáculo para el progreso del país.
Se
avasallan cargos y buenos proyectos trazados por la administración anterior,
para justificar un nuevo incremento en los presupuestos.
Sucede
con frecuencia en la administración de los gobiernos municipales, y de
cualquier otra entidad pública.
El lema
parece ser no hacer nada en los hechos
durante todo el período y reaccionar intempestivamente en su fase final de modo
a demostrar cierta efectividad, con miras a las próximas compañas
proselitistas.
Será una
vez más el pueblo, poco preparado, el que pagará las consecuencias de la
ignorancia en los manejos del Estado.
Esto
alienta a que los corruptos campeen en Latinoamérica.
Debe
dejar de considerarse a los cargos públicos como parte de un botín
proselitista.
Procediendo
de esa forma, el gobierno en ejercicio comenzaría ya dejando de lado a
ciudadanos y funcionarios tal vez muy meritorios.
La
juventud está capacitada para corregir este gran error, de modo a mantener el
orden democrático y no caer en el populismo y embrutecimiento que originan la
ignorancia y la corrupción.
Se
impone devolver la credibilidad a la ciudadanía, para comenzar con la base de
una sana justicia, de la verdad y el respeto.
Para lograrlo,
los jóvenes deberán aprender a valorar la experiencia de sus mayores.
La
deberán analizar con realismo para no caer nunca más en las garras de los
errores vivido en este país por la ignorancia y su progenie: la corrupción.
Debe
darse más importancia al diálogo intergeneracional, y la libre competencia y
disertación en todos los actos.
Es la
única manera de ejercitarnos en la sana libertad, para alguna vez alcanzarla en
su plenitud como individuos, sociedad y país.
La
juventud debe en todo momento vigilar que la justicia y la verdad sean
respetadas a rajatabla.
Deben
resistirse a la manipulación de tales valores, repudiando la chicanería procesal
que favorece a los poderosos y vuelve más desamparados a la clase empobrecida,
sobre la cual recae siempre el perjuicio mayor de la corrupción y la impunidad.
Es
auspiciosa la ventaja que ofrecerá a la población un Estado democrático limpio
de ignorantes y corruptos.
Bajo su
imperio podrá peticionarse sin temor a los ejecutores y representantes que cumplan
y hagan cumplir la ley.
Y de no
cumplir con su cometido, sólo tendrán que dar cuentas ante Dios y sus votantes,
porque los pecados políticos ya no se borrarán de la mente de la gente
mayoritaria del país, honesta y trabajadora.
[1] La Constitución de 1870,
resultó ser la más democrática y ajustada a los principios del Estado de
Derecho. Sin embargo, su inspiración ideológica no estaba acorde con el
desarrollo cívico de los sobrevivientes de la guerra.
Las Constituciones de 1940 y 1967, otorgaban
excesivas atribuciones al Poder Ejecutivo, lo cual iba en desmedro del justo
equilibrio con los demás poderes restantes.
Luego de las largas experiencias dictatoriales, la Constitución del `92 fue redactada con una marcada preponderancia para el Poder
Legislativo, que cuenta con los mecanismos suficientes para actuar como
contralor del Ejecutivo y el Judicial.
**Del libro "La ignorancia y la corrupción: el origen de un sistema". Asunción, 2008.