Para lograr métodos
efectivos y valorables contra la corrupción, la sociedad, como ente heterogéneo
debe iniciar un permanente aprendizaje. Sin prejuicios, subyugaciones y
criterios pretéritos.
El siglo XXI
representa la expansión de la información sin límites. La ignorancia sin
límites. El conocimiento sin límites. Y precisamente, los límites, basado en
los valores, solo las personas, los ciudadanos, podrán establecerlos. Pero no
ya con un dirigismo estatal, sino con un verdadero espíritu democrático.
Ya no somos meramente
“pueblo”, somos gente, iguales, en dignidad y derechos.
Y la concepción de
nosotros mismos, como sociedad, debe ser como una persona que se mira al espejo
para ver su aspecto externo; se realiza radiografías para ver su cuerpo en lo
interno; acuden a un sicólogo para explorar su yo interno. Así mismo la
sociedad debe auto confrontarse. Mirarse a sí misma.
Sólo así sabremos
responder a la pregunta: ¿Quiénes somos?
Quiénes somos en
realidad. Nos molesta realmente la corrupción. Sinceramente la queremos
controlar y disminuir, o solo lo vemos como una aspiración y un chiste de
nuestro folklore. La sociedad debe establecer de antemano, antes de accionar
contra un sistema arquetípico como lo es la corrupción, sus valores
fundamentales que la movilizan, que la inspiran, y la mantienen respirando.
Cada país, un método
Indudablemente, el
estudio de la corrupción debe universalizarse, pero sin dejar de lado la
importancia fundamental de los criterios propios que presentan cada uno de los
países.
Aunque los elementos
de un sistema de corrupción, son los mismos, tanto internos como externos, los
métodos divergen en variables, tales como el orden ético del país, el
desarrollo democrático, y la relación entre el orden económico y los sistemas
de corrupción, así como la política.
Últimamente, existe
un gran alarde por la lucha anticorrupción. Y es bueno que por lo menos, se
ilusione a la percepción de los ciudadanos. Aunque las acciones emprendidas
hasta hoy, no han tenido los resultados esperados, en términos de reparación
social, justicia, recuperación de activos y prevención.
Se ha tomado a la “lucha
anticorrupción” como un todo indisoluble y heterogéneo. Que no permite la
especialización hasta hoy, y tampoco otorga la protección suficiente, ni en el
marco internacional, como son las convenciones, así como en la legislación
interna de los países. Resultando, una coincidencia penosa, que los mayores
denunciantes sean personas de escasos recursos, sindicatos, organizaciones
sociales. Es decir, una voz ciudadana que debe enfrentarse contra los rigores
de la técnica jurídica de los ocasionales denunciados, y la debilidad de las
instituciones jurídicas. Pasando estos ciudadanos de ser denunciantes a ser
querellados por los supuestamente imputados.
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