A ver,
hagamos una comparación, para comprender mejor la radical importancia, del
conocimiento de la Teoría General de la Corrupción (TGC), para la humanidad.
Allí
tenemos el petróleo, por ejemplo.
Fue
utilizado durante siglos o tal vez, milenios. No como un elemento principal,
sino que se utilizaban sus productos: como el querosén y el aceite, en la
medicina y en la construcción, de barcos y herramientas simples. También
funcionaba para dar color a los tejidos y otros materiales. Incluso como un
simple instrumento para la ornamentación.
Es decir,
durante un tiempo prolongado, no se lo tuvo como un elemento del ciclo
económico básico.
Recién en
1859, comenzó su explotación como combustible; porque alguien intentó de manera
práctica, utilizar la gasolina, en la combustión de los motores.
Lo mismo
sucede con la corrupción. Durante siglos, se pensó, que la corrupción era un
pecado, un robo, una falta. La transgresión individual, de una persona, al
orden vigente, en cierta época. Sin embargo, todos esos conceptos, solo eran
los productos o resultados, de un fenómeno mayor y principal.
La ciencia
del derecho, a la cual vengo aportando humildemente, desde hace treinta y cinco
años, con mis investigaciones, debe evolucionar. De la misma manera que
evolucionan, constantemente, las ciencias físicas, químicas, mecánicas,
empresariales.
La
corrupción, es el tema central del siglo; porque es la causa de otros grandes
problemas que generan: Desigualdad, persecución e injusticia. Que ya no pueden
ser admitidas, según los avances obtenidos, por el mundo civilizado, en materia
de derechos humanos, igualitarios y universales.
*Extraído
de la Conferencia “Hacer Crecer”, dictada en septiembre de 2014. Universidad
Católica de San Ignacio Guasú.
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