Me
decía un parroquiano del Bañado Sur: “La corrupción es un paso doble nacional e
internacional; que en cada encuentro presidencial, trata de ser evitado por
precaución”
Según
la TGC, ningún mal social puede ser curado sin saber su origen. A la
corrupción, el mundo siempre la ha mantenido en la categoría de ‘inmoralidad’,
evitando un estudio objetivo, por parte de la ciencia del derecho. Hoy, la
corrupción es objeto de una ciencia transversal, que explica la sistematicidad
de sus ataques; con principios claros, universales y comprobables, incluso,
matemáticamente.
El
recaudar para fines privados, a expensas del erario público, fue, es y sigue
siendo el objetivo único de la corrupción sistémica; intraley o gran
corrupción; la cual, como se ha estudiado, es subsidiaria de la pequeña
corrupción, llamada, normalmente delito común. La sola confusión conceptual, de
estas dos clases de corrupción, podría estancar el desarrollo de un pueblo por
más 50 años. Porque la acción de la justicia, no puede llegar, allí donde el
derecho no analiza objetivamente. Entonces, la impunidad, tiene su origen en la
ignorancia; la cual, a su vez, según la fórmula universal que hemos elaborado,
es elemento invariable de la corrupción.
A la
hora de investigar los hechos, actos y prácticas de corrupción; juzgarlos y
penalizarlos, de nada sirven las cifras de la “percepción”, los almanaques
económicos o la ‘historia de los grandes dictadores contra la corrupción’, tan
alardeados hasta hoy por clanes intelectuales, que se dicen ‘liberales’. Una
gran contradicción, por falta de teoría científica clara y una doctrina
política específica para hablar sobre una materia, fundamental para la
humanidad.
Afortunadamente,
en Paraguay no solo nos constituimos, con mucho sacrificio económico para
nuestro Estado, en sedes de ‘encuentros gubernamentales’; sino que, a nivel
social y ciudadano, estamos saliendo al fin, de la nebulosa, al contar con una
doctrina anticorrupción, basada en principios científicos.
Nuestro
sistema democrático, representativo, en el marco de un Estado social de
derecho, hoy nos muestra que, si pretendemos superar los males nacionales, ya
sean justicia, empleo y estabilidad económica, para el bien de todo el pueblo,
debemos ir dejando el “paso doble español”; muy elegante por cierto, a la vista
de la gente, pero de nefastos resultados, hasta en la Madre Patria.
Por eso
es que cuesta hacer y marcar bien, sin conocer los hechos, actos y prácticas
corruptas, en el manejo público.
Lo
dicho y prometido en épocas electorales, en los barrios bajos de la capital o
en las zonas inundadas del país, da pena y hasta lágrimas a cualquier
cristiano, al ver los perjuicios de los que son objeto nuestros hermanos, el
grueso de los votantes de cada período. Ni que decir de los indígenas y
campesinos. Mientras tanto, unos cuantos funcionarios públicos, nacionales y
extranjeros hacen farra de los bienes del Estado. ¡Qué feliz estará, el ‘gran
amigo’ y frecuentemente citado “Santo Padre”, al saber de estos eventos!
La
corrupción es un paso doble, aquí como en cualquier parte del mundo civilizado;
por eso su estudio debe ser enseñado, para tratar de disminuir la acción e
influencia del flagelo, a nivel general, y dejar de convertirlo en una frase
retórica o una acción parcial exclusivista, como tantas otras en la política
mundial.
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