*Extraído, "La curación social: hacia nuevos métodos anticorrupción".
En
toda la teoría sociológica y jurídica se habla de la situación de “caos”, como la motivación o la razón
para que los seres humanos establezcan el poder y, finalmente, el derecho.
Lo
que no siempre se advierte, es que la corrupción necesariamente tuvo que estar
antes del llamado caos. Y para probar
esto vale hacer una simple observación:
La
corrupción, como degeneración o pecado del alma humana, que pervirtiendo la
justicia divina o la armonía natural de todo lo creado o lo existente, o del
universo, aviene al ser en su egoísmo
y le hace buscar su beneficio íntimo, a costa del orden y la armonía de todo su
entorno. Y a partir de que un individuo inicia esa aventura, de hacerse solo a
sí mismo, en perjuicio de todo su ecosistema, los demás seres, ensimismados también
de corrupción, buscarán asimismo, cumplir con sus caprichos egoicos. Allí
recién ocurre el llamado caos, guerra
o corrupción generalizada.
En
ese caos de deseos e intereses, finalmente imposibles de cumplir, se origina la
primacía de los más fuertes sobre los menos, que da espacio a la primera forma
de poder. Luego, una vez que el poder parecería solucionar y devolver el orden,
la corrupción, que es finalmente la madre del poder, se abandera nuevamente a
su retoño y lo convierte en un nuevo agente para la satisfacción de deseos:
ahora grupales o tribales por sobre los de otros grupos, etnias o sectas. Y
allí retorna el caos, que es el permanente reinado de la corrupción.
Al
ver que el poder solo no hace estable la civilización y la armonía entre los
seres humanos, y no se asegura su supervivencia, el ser, partiendo de un estado
natural de equilibrio, adopta otra forma de poder: el derecho. Estableciendo reglas de convivencia que permitan hacer
viable la coexistencia de grupos antagónicos, por medio de la búsqueda conjunta
de la equidad y la justicia, estableciendo y aplicando coercitivamente normas o
leyes. Eso se hace para llegar a cierta “paz
social”.
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