Eleva el estatus, la corrupción
Este mundo convulsionado y globalizado, tan
activo, da la posibilidad a quien sea, de elevar su estatus, a través de la
corrupción; hasta de ser aplaudido como exitoso, en los países
subdesarrollados, donde se confunden valores sociales por politiquería. Por
cierto, estas ideas, afortunadamente se van aclarando a la gente, gracias a la
libertad y el estado de derecho en democracia. Se pretende dar más
participación a la gente en el manejo del Estado.
Si el gobierno busca realmente el bien común,
aplicando una Constitución social como la nuestra, debe corregir las falencias
planteadas en la administración de justicia, para el bien y la equidad que
beneficie a todos.
Al trastrocarse los valores en la sociedad,
por la corrupción sistémica, nos damos cuenta que el estatus logrado a través
de la corrupción, se torna de arena, de fácil destrucción. Y una vez más
politiqueros, promesas y confusión, para evitar que se siga creyendo en la
política.
Tal vez sea el precio de la percepción, por la
carencia de un proceso cultural en la estructura del mismo pueblo, para salir
de ese estado de corrupción, y comenzar a buscar la verdad y la justicia.
La política no termina con la llegada al poder
y las promesas; no hay piloto automático, como en el mundo de los negocios. La
promesa no es objeto de trueque, allí está la diferencia.
Es mucho más comprometedor y austero, para
sacar resultados, dando progreso a la nación. La participación obligada, de
técnicos, sin distinción de banderías se debe coordinar con el trabajo
propiamente político y civil diario, para el bien común.
La corrupción tiene sus particularidades. La
pequeña corrupción corrientemente es perseguida en los primeros tramos de los
gobiernos. Pero, ¿la gran corrupción, sistémica, cómo puede identificar y
desactivarse?
¿Cómo hacer para que los amigos y el estatus,
no sean molestados?
En síntesis, la injusticia marca los vientos
hacia la corrupción, madre de los males humanos, en cualquier civilización,
según la TGC.
Esperemos que los nuevos encargados comprendan
que si disminuimos este flagelo, también mejorará la primera necesidad de todo
país civilizado: la justicia social. Sin confundir, por supuesto democracia por
mercadeo y politiquería nacional.