Hoy día,
el mundo pide a la civilización, el tratamiento y el respeto de todas las
nacientes; más si es de agua dulce, porque es vital para la vida humana en el
planeta.
También
fuimos testigos de innumerables hechos de corrupción, que perjudicaron nuestros
cauces hídricos, sin que los encargados del poder público se dignen en
responder, conforme a la normativa internacional en la materia.
Estos
tratados sobre el ambiente y su protección, que fueron dolor de parto para los
gobiernos de tinte totalitario y autoritario, que sigue teniendo adeptos en la
región, fueron suscriptos por nuestro país. Pero hoy que han perdido hegemonía
las dictaduras, salen a luz las consecuencias de la gran corrupción. Algunos de
sus exponentes, siguen incluso como “representantes”, para sanear esos fatos del pasado. Algunos con más
colorido y propaganda de facto, que otros; amparados en el sentir democrático,
pero sin libertad de acción ni de pensamiento.
Esto
atrapa a una población, sin dejarla sacudirse, por el mismo proceso que acaba
de romperse: el orden dictatorial. A tantos años el pueblo va sabiendo el daño,
por la gran corrupción, aprovechado por los vecinos; amparados por la política,
con nombre y apellido, que hoy justamente, vuelven como las aguas turbias, sin
que la bondad de sus correligionarios, se digne a dejarlos de lado en el
gobierno.
Esta
costumbre se repite, por más de que los libros de historia nos dicen que hemos
superado la tiranía dictatorial. La población clama justicia, para reparar los
daños ocasionados al sufrido pueblo, en su ecosistema y en sus derechos
humanos.
Esperamos
que los actores del presente, en la política nacional e internacional, justamente signatarios,
de reconocer y observar la vigencia del mundo civilizado después de 1948.
Busquemos
las aguas limpias, no las contaminadas de corrupción.