Este paralogismo, entre la obediencia y
la corrupción sistémica, obliga a los políticos, cuando no manejan con
claridad, libertad y virtud, la política; haciéndolos caer en falsas
apreciaciones.
Según la TGC, toda política es arte y
ciencia, cuya praxis nos obliga a entender y conocer. La costumbre en los
países subdesarrollados de Latinoamérica, ha sido pretender hacer obras
majestuosas, sin importar un estudio serio, sobre las consecuencias que implica,
tal o cual proyecto; con esto seguimos heredando deudas, cuyo pago empobrece
rotundamente a la gente, en toda la geografía nacional, sin lograr solución
alguna a favor de los aborígenes y campesinos.
Algunas
leyes adaptadas para la aplicación nacional, fueron cuidadosamente “castradas”,
de modo a excluir de la interpretación, a los principios constitucionales.
Dominando así la ignorancia en la ocultación, que no es otra cosa sino la
corrupción sistémica, que nos obliga a obedecer la Ley.
Ser
ciudadano en una democracia participativa, con un Estado social de derecho,
suena “alegre” y revitalizador; pero que resulta difícil de practicar en la
arena política, cuando priman los intereses personales, por sobre los del bien
común nacional; convirtiendo la función pública en la organización perfecta, de
hechos, actos y prácticas de corrupción.
Si
la corrupción es la madre que dio origen al poder y al derecho, ¿les parece que
una estructura gubernamental, al servicio de la compra de conciencia popular,
puede obedecer y seguir la senda de la
ética?
Este
paralogismo, tan difundido en toda América latina, golpea y explota, en nombre
de la politiquería de turno. Hasta llegar al colmo de expresar públicamente, el
haberse levantado un “monumento a la
corrupción”. Que hoy, nuevamente nos obliga a recordar, a todos los
paraguayos que debemos conocer esta doctrina nacional curacionista, basados en
la Teoría General de la Corrupción, si es que realmente queremos cambiar de
imagen como país, e ir disminuyendo objetivamente la corrupción.
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