Sigue la “buena senda”
gubernamental y regional, de no admitir que la corrupción sistémica es el
problema central de un país; y, por lo tanto, merecedora, de ser objeto de estudio
y práctica de toda política verdadera.
En Paraguay, veinticinco
años después de la “caída”, los capos de aquel régimen, reconocen al flagelo
como la causa central de la caída, así como de la continuación del mismo
sistema, en el poder de la República.
Según la TGC, corrupción
es igual a “poder sobre ignorancia”; una realidad, contenida en una fórmula
matemática, que nos permite entender, que el poder se fundamenta en un sistema
compuesto por los elementos “ignorancia y corrupción”.
Para que exista
corrupción, debe existir un gobierno que lo consienta; por medio de la
ocultación de los esquemas del poder público. Esta corrupción sistémica, se
sostiene a través de la Ley: justamente para hacer callar, cualquier protesta,
que pueda perjudicar al aparato.
Entonces, podríamos
deducir, que la época stronista, totalmente corrupta,
cumplía con una doctrina preponderante, impuesta, subrepticiamente a todo el
continente.
Hoy, a un cuarto de siglo,
se está admitiendo, públicamente, que nuestro sistema democrático, bananero y
de hampón; sigue rengueando, por el desconocimiento generalizado, así como por
los intereses creados, que impiden dar lugar a este principio de ciencia: que
nos serviría para conocer, enseñar y disminuir efectivamente este mal social,
cual es, la corrupción sistematizada.
Para exigir a todos la justicia,
sin exclusión—como hoy ocurre—para con los indígenas y campesinos, burlados y
puestos, ex profeso, al margen del sistema productivo y económico del país.
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