La
mayor ignorancia, es desconocer la realidad de uno mismo, viviendo en la
nebulosa ante una ciencia: camino de verdad y progreso, ya sea ésta, social o
exacta.
Según
la TGC, nada resulta peor, en la vida de las civilizaciones, como la
ignorancia: elemento de la corrupción sistémica.
La
democracia participativa, en nuestro país, nos permite, por primera vez,
comprobar este principio de ciencia hasta el momento, por medio de la
publicación en la red de redes; por la incapacidad política, de que sea
reconocida a nivel nacional. Lo contrario, ocurre en el ámbito internacional,
donde con un posicionamiento silencioso, va logrando convertirse en una
herramienta de análisis a nivel mundial.
La realidad de los países
subdesarrollados, es que, lo único cuidado por los poderes son: los hechos,
actos y prácticas de la corrupción sistémica; abundante en la democracia
bananera de los países latinoamericanos.
Esperando justificar a cualquier precio, la gran corrupción, sosteniendo sus sistemas
políticos con la falsedad y la ocultación.
Aquí la epidemia corrupta,
acusa a las ciencias sociales, como la causa del atraso del país. Eso expresan,
en sus idearios, los periódicos comerciales, que rotulan la opinión en la
República. Comparando, las dispares cifras de egresados, entre las diversas
especialidades universitarias.
El mejor servicio que se le
puede prestar a la ignorancia, es el de restar valor a las posibilidades que
tienen, las ciencias sociales, de ayudar y fomentar, por medio de sus matriculados,
al crecimiento planificado del país.
La carencia de lectura, nos
hace esclavos del siglo veintiuno, en esta sociedad consumista y progresista, a
favor de los que más tienen; que premia la creatividad, con la popularización.
Pero que hace lucro de la banalización de todo lo existente, incluso, de la
formación universitaria. Del universo intelectual.
No se debe confundir, la
función de cada profesión en la sociedad capitalista. Que la política haya
pervertido las especialidades; convirtiendo en legisladores a: ingenieros,
médicos cirujanos, agrónomos, odontólogos, comerciantes y hurreros; no es culpa
de las facultades de derecho, filosofía o sociología, ni, mucho menos, de sus
egresados; que aún creen en el estudio de la sociedad y de sus componentes:
para poder desarrollarse en ella.
El mundo de las ciencias
empíricas y tecnológicas, no puede sustituir el complejo margen de abstracción,
necesarios, para llevar adelante las políticas públicas. El pragmatismo avanza,
mientras tenga la sustentación filosófica, política y jurídica necesarias para
armonizar la convivencia. La simple producción, en aras del lucro ilimitado, a
costa de la necesidad general, la explotación lupina a los trabajadores y la
miseración de los conocimientos avanzados de la ciencia social; de ningún modo,
construirán el desarrollo de un país.
La universidad, recordemos,
sigue siendo una sola ciencia: el saber humano. La separación, en aras de la
especificación, de la aplicación técnica inmediata o la aceleración
metodológica, no representan factores conducentes a negar la facultad del ser
humano de seguir sus inclinaciones naturales, de acuerdo a sus medios, a fin de ser útil política, social o
laboralmente a su patria.
El “sálvese quien pueda”, de la
política mercantilista, que altera el sentido real del bien común, prefiere
seguir intimidando económicamente a los que realmente están preparados para
diseñar un país mejor. Subordinándolos, a las necesidades perentorias,
normalmente creadas por los propios patrones, para así seguir manteniendo un
estilo monárquico, feudal y monopólico de producir. Ya pasada de moda, pero aún
vigente en el Paraguay.
Hemos sufrido grandes
privaciones, desde nuestro mismo origen como país, en las garras de la
corrupción sistémica. Hoy sabemos la verdad sobre este flagelo, y del porqué
resulta imposible extirparlo de los gobiernos del mundo.
La corrupción es una ciencia,
que merece ser estudiada como tal; para comprender el porqué de las cosas, de la
administración de la cosa pública. Para así, superar de a poco, sus
consecuencias nefastas sobre los más necesitados en este mundo global.
La doctrina de la curación
social, por lo tanto, resulta una redefinición, necesaria del concepto general
de bien común, a partir del objeto primario de toda lucha política, jurídica y
social. Guerra que necesita soldados bien preparados, en la más moderna
ciencia. No solamente piezas de escritorio o diseñadores de un sistema, “ingenioso”,
para seguir lucrando de un sistema económico y de poder, autodestructivo.
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