Si
nos preocupamos como ciudadanos, en realizar un seguimiento de las obras mal
hechas; de los actos y prácticas en perjuicio del Estado, realizadas a través
de la corrupción sistémica; podremos encontrar que los fiscalizadores, son
tanto o más responsables de la ejecución, hasta la entrega de todo
emprendimiento o proyecto público.
Según
la TGC, el poder otorga la estructura y las personas son las encargadas de
respetar, ordenar y cumplir, en toda administración y sistema.
Los
simples actos licitatorios, que muchas cabezas de poderes, alegan, como una
forma de transparentar, los hechos y actos de la administración pública, pueden
resultar en una directa complicidad, cuando las cláusulas, condiciones o
especificaciones técnicas, se realizan a medida de intereses sectoriales, por
encima de la defensa y buen criterio en el manejo de los bienes públicos.
Aquí
se prueba la participación del Estado, que puede ser dueño de todo, pero
también, sin responsables; si es que la corrupción sistémica no se controla ni
trata de disminuir.
La
necesidad nunca desaparecerá del ser humano; sea éste, rico o pobre. Pero, en
los negocios, se crea un verdadero lastre, si los fiscalizadores o
encargados, hacen la famosa “vista gorda”,
en perjuicio de los más necesitados.
A
diario, la prensa nos informa de nuevos hechos, actos y prácticas de corrupción
sistémica, en cada uno de los tres poderes: sin posibilidad de recuperación
hasta la fecha y casi siempre, en alianza público-privada, también seguimos
aceptando suba de los servicios públicos de primera necesidad, por simple
interés de los inversionistas.
Listos
para construir pero sin medir la realidad, de nuestra propia economía nacional.
Somos un país subdesarrollado, en donde todo falta; pero, si no se determina
correctamente, cuánto se necesita y cuáles serían los medios para obtener los
recursos; llegaremos a un punto tal, pagando las consecuencias, todos los
ciudadanos. El pueblo, finalmente.
Hasta
hoy no puede vislumbrarse ningún interés, de parte de los responsables del
Estado, de mejorar los dividendos de nuestras hidroeléctricas. Metiendo, en
contrapartida, la ilusión de generar la “gran producción”, con promesas de
ganar a la pobreza, aumentando la deuda pública y regalando nuestras riquezas
naturales, a los industriales disfrazados. Deforestando sin piedad, en
perjuicio directo del ecosistema. Enriqueciendo a los fiscalizadores en nombre
de una democracia, con ignorancia y corrupción sistémica.
Comentarios
Publicar un comentario