En nuestro país, es
costumbre de los funcionarios públicos, esperar ser reconocidos por los cargos;
sin tener ninguna “historia que contar”—como dicen los norteamericanos— a favor
de la sociedad, para la cual debe servir; por el contrario, antes que todo, la
politiquería busca ser alabada y exaltada, con aplausos y vítores de la gente,
para ocultar el trasfondo real de sus nombramientos y elecciones.
Esta democracia nos está
demostrando, que la “clase política”, está cada día más comprometida por la
corrupción sistémica.
Según la TGC, la máxima
expresión de todo ciudadano, debe ser la función pública; ya que otorga la
posibilidad de hacer algo por el país. Quienes trafican con esta regla, por
ética, deben renunciar, inmediatamente, al comienzo de una investigación; para
demostrar su comprensión y respeto ante el pueblo.
Hasta el momento, los
imputados siguen calladamente en sus respectivos cargos. Es hora que se respete
el derecho y se practique la ética, para demostrar entereza, por un sistema
democrático y participativo; que debe ser eminentemente social, según lo
establece la Constitución Nacional.
Este mundo globalizado,
exigente, cada día nos presenta una mayor preeminencia del poder económico; que
atrapa a los funcionarios públicos, en la corrupción sistémica. La cual, en
otras épocas, tenía a sus actores en el absoluto silencio y obscuridad. Desarrollándose
los actos, hechos y prácticas de corrupción, sin ningún tipo de escollos ni control
social. La situación empeoraba si es que los involucrados, eran electos por el
voto popular. La ocultación era total.
Ese procedimiento, es el
que pretenden seguir implementando, a la manera tradicional, muchos de los
representantes y funcionarios públicos electos; quieren seguir saboreando sus
frutos, a costilla del pueblo.
Hoy estamos obligados a “hacer
lío”: Por la suba de los productos de primera necesidad, sumado al atropello diario
del transporte público. Ya los amigos políticos o vecinos, dicen, que se sigue
el mismo camino de anteriores gobernantes. Todo se va en promesas económicas,
que no llegan a los que aún creen en ellas; mientras, cada día van cayendo las
piezas claves de un sistema, que conocemos bien todos los paraguayos: la
corrupción.
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