En el juego perverso de los
intereses personales y la equidad, en bien de la generalidad, se maneja la
política del Estado.
Si este poder es naturalmente
corrupto, siempre está preparando la espada de Damocles, pero en contra del
pueblo, no de los gobernantes.
Según la TGC, la única forma
de disminuir la corrupción sistémica es informando la verdad. Duro camino que
debe seguir la prensa, por la falta de formación en civismo de la población.
La política para algunos politiqueros,
que viven como aduladores y capangas
del sistema, es el negocio seguro, para hacer prevalecer sus intereses
personales. Esto es lo que el cuarto poder trata de hacer saber a la opinión
pública. Con la lógica consecuencia de destruir aquellos “objetivos” económicos,
a costa del erario público, además de afectar, supuestamente, su prestigio en
la sociedad.
Esta realidad fue presentada
de cuerpo entero por la prensa en Paraguay, con la gratuita colaboración de
algunos legisladores de ambas Cámaras; gracias a la democracia, en libertad de
acción y dentro del marco de un Estado de derecho constitucional, que algunos
se niegan a reconocer.
Para combatir verdaderamente
este flagelo mundial, cuyos actores utilizan a la política, a través de la
ignorancia en la ocultación del poder, para amenazar y hacer callar, se debe
comenzar por conceptualizar correctamente el fenómeno, de modo a llevar
adelante una aplicación eficaz de la técnica jurídica.
Los encargados de administrar
justicia, fácilmente, son callados en una democracia bananera y estomacal, en
toda Latinoamérica, paupérrima e inculta.
Todas las acciones políticas
serias y en bien del país, rápidamente pierden interés para la ciudadanía; por
no disciplinarse para ir consiguiendo día a día el bien común. Se prefiere aún
el canje directo, a través de la falsa política, vendiendo la conciencia.
Hoy los fiscales,
representantes de la sociedad y del Estado, están molestos y preocupados por la
demostrada subordinación a la politiquería; por la escasa efectividad del poder
y la autonomía de los demás representantes, para buscar la verdad ante los
hechos, actos y prácticas de corrupción sistémica.
Paradójicamente, en ambas
cámaras del Congreso, relucen flamantes “Códigos de ética”, guardados y
pisoteados como chicle callejero.
Esto obliga a que la mayoría,
de los que conforman este cuerpo colegiado, deba callar ante el atropello en
perjuicio de los otros poderes, debilitando la institucionalidad de la
República, colocando la espada mortal de “Damocles” sobre el mismo pueblo que
los eligió como sus representantes.
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