Nuestra
democracia se parece al Carnaval de Río: siempre nos presenta sorpresas de mano
de la corrupción sistémica.
Según la
TGC, si el poder constituido, no hace méritos para bajar la ignorancia, va
perdiendo aceptación popular.
Esta
costumbre de nuestros políticos, de convencer ‘por el estómago’, hoy les está
comenzando a jugar mal; ya que el cuarto poder, sigue tratando de servir al
pueblo, contando la verdad en sus hojas.
Los códigos
de ética, tan promocionados en su momento, como ‘mágica’ solución, para las
bromitas de nuestros representantes. Este conjunto de normas, ni siquiera está en
condiciones de ser reconocidos, en virtud de ley, por sus propios actores,
sujetos principales de su regulación.
Difícil sería
que, por ejemplo, en virtud del postulado ético, vayan renunciando a sus
curules. Sería demasiada responsabilidad para estos tiempos. Por el contrario, algunos ejercen activamente
sus respectivas profesiones; pero con mucha más influencia que antes. Privando de toda imparcialidad, a las
presentes y futuras decisiones judiciales, que los afecten o en cuyos casos
ejerzan la defensa técnica.
Concomitantes
a esta situación, están los privilegiados en todos los poderes de la República;
como hongos en un pantano. Haciendo gala de la corrupción sistémica, pagada por
la necesidad y la desprotección de los niños e indígenas; que deben seguir
mendigando para sobrevivir al invierno.
La crecida
de los ríos, ha significado también un vendaval de adjudicaciones y desvíos de
los bienes públicos. Siempre a favor de los funcionarios acrecentados.
Pese a
todo, nuestro sistema político va evolucionando. La gente sabe la verdad;
distingue la burla de sus dirigentes y tratan de mejorar, día a día, adquiriendo
conciencia de la responsabilidad de ser un ciudadano.
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