“Aquí
en nuestro país nos conocemos todos,—me
repetía sonriente un parroquiano del Bañado Sur, mientras veía pasar una cuatro
por cuatro frente a él—no puede bajar la corrupción”.
Según la
TGC, si el poder no trata de comprender a la corrupción sistémica, cuidando sus
estructuras, hay injusticia.
Hasta hoy
existen ciudadanos que consideran a la corrupción, solo como los hechos, actos
o prácticas realizadas por alguien carente de conocimiento o falto de ética. Es
decir, se hace primar lo subjetivo.
Pero la
verdad sobre los hechos, actos y prácticas de la gran corrupción, es que está
sostenida por una asociación ilegítima, pero con aparente legalidad; pasando a
utilizar la venalidad, solo en los más altos niveles de ignorancia y
ocultación, dentro de las estructuras de poder.
Por eso, se
utiliza a la propia Ley, ya sea en la interpretación, en la aplicación o
formación de éstas; para favorecer a una determinada persona o grupo.
Esta
realidad, no se logra bajar con la simple ética subjetiva, sino con claridad,
libertad y virtud, en el marco del derecho. Único capaz de disminuir,
objetivamente los niveles de corrupción.
Pero la
venalidad, aún así, sigue siendo un sinónimo de la corrupción sistémica. No
tiene fronteras ni país alguno, en exclusividad. Su forma de actuar y proceder,
depende de los poderes. Si es atacada en un país, sencillamente, se mudan a
otro. Como las termitas.
Se
trasladan a otro país o sociedad, donde se siga considerando a la corrupción
como la “falta de ética”.
Si no se
corrige, lastimosamente, la ciudadanía, seguirá teniendo a la venalidad como la
norma vigente en los círculos del poder, en todos los niveles de organización o
conducción social.
Comentarios
Publicar un comentario