No existe
un condimento más necesario y utilizado, en una democracia verdadera, que la
libre expresión; pero, que en contrapartida, es muy perseguida, para que no
dañe los intereses de la corrupción sistémica en todo poder público.
Según la
TGC, todo poder tiene a su favor interpretar la Ley. Es su prerrogativa.
Conocida en el vox populi “el que manda hace y aplica la ley”,
cerrando incluso la posibilidad de exigir la buena interpretación.
Este
sistema, llamado en toda Latinoamérica “democracia bananera”, sostenida
generalmente con gobiernos de facto, contiene una gran propaganda de “libertad”.
Sin embargo, en la práctica política, el Estado de derecho sufre grandes
grietas.
En casi todos
los Estados de América, el principio de libertad de expresión y de idea, se
constituye en catecismo; sustentados en la Carta Magna, para tratar de
salvaguardar la buena interpretación, que no permite caer en la corrupción
sistémica.
Esta novel
ciencia reconoce que toda democracia verdadera, debe tratar de controlar el
poder y la política, con claridad, libertad y virtud, al servicio del bien
común, que debería ser el único motivo de los encargados de administrar
justicia.
Nuestra
democracia ha tenido que superar, el silencio impuesto, del poder dictatorial, para pasar al choque de la politiquería
criolla. En ambos, la libertad de los medios de expresión, llega solo hasta
donde me conviene. En tal circunstancia, la expresión, resulta ser la voluntad
de quienes mandan.
Esta
realidad, de tanto en tanto, tiene a sus “arregladores”, con intenciones de
hacer volver, a espaldas de la gente, de manera callada, al poder omnímodo.
Si los
profesionales siguen en la ignorancia, apañando la corrupción sistémica, por
mantener privilegios económicos, se seguirá encadenando la libertad de
expresión, convirtiéndose en un arma del poder Estatal para generar injusticia.
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