El trajinar meteórico del mundo, está exigiendo
a nuestros políticos; obligándolos a actualizarse, de modo a cumplir con
objetividad la noble misión de ser políticos verdaderos y no simples
repetidores de promesas: dirigidas a los votantes, y luego olvidadas en la
primera oportunidad, para pasar a decir lo contrario.
Se realizaron amenazas, de luchar contra la
corrupción despidiendo a los más necesitados: los funcionarios “contratados
políticos”. Y, por supuesto, protegiendo a los amigos y parientes.
Si verdaderamente tienen el interés de respetar un Estado de Derecho, con una
Constitución social, los futuros representantes del pueblo, deben pedir el
juicio político contra quienes defraudaron con el erario público. Haciendo
cumplir el artículo 106 de la Carta Magna ,
que según la TGC ,
establece que todos los funcionarios son responsables ante la República.
Si eso no ocurre nos daremos cuenta y
seguiremos comprobando el accionar sistemático de la gran corrupción. Solo se
persigue a la pequeña corrupción; dejando vía libre a los “dueños” de los tres
poderes, que es donde vive y se sistematiza la gran corrupción, que hoy,
justamente, el electo presidente prometió tolerar al “punto cero”.
Se prometió además, otorgar toda la seguridad
jurídica a los inversionistas; sin determinar cómo, obviamente, al mantener
laxa la organización y administración de justicia.
Como cortina y demostración, los futuros
colaboradores, anuncian y prometen terminar con todos los contratos de los
trabajadores, de los puestos públicos, que fueron contratados por razones
políticas. Sin derecho a indemnización alguna, dicen.
Tales expresiones, tal vez, suenen bien a
cierto sector de la población, pero la realidad en la lucha contra este
flagelo, de la corrupción, no se logra solucionar con simples encuestas y
golpes de percepción. Ya que los objetivos del sistema están prefijados y no le
interesa el color partidario ni la clase social, a la hora de escoger
operarios.
Si no se ataca objetivamente a la corrupción,
solo se estará fortaleciendo al poder como dador de estructura, y a la
ignorancia como catalizador, para la
sistematización del flagelo.