Últimamente,
la ciudadanía ha mantenido un despertar absoluto, sobre la democracia y la
corrupción sistémica.
Según la
TGC, si la estructura del poder no puede disminuir la ignorancia, se producen
las injusticias, expresadas en las propias decisiones gubernamentales.
Hemos
desarrollado y demostrado que la corrupción sistémica, es la que hace posible,
la existencia de la corrupción genérica (crimen o delito común: individual u
organizado). Es así en el mundo entero.
Por eso,
este despabilar del pueblo, exigiendo la participación de los ciudadanos,
principalmente a través de la prensa, siempre tiene un alto costo; por la
incapacidad de la administración estatal, de prever políticas de largo plazo.
En los
países desarrollados, la única diferencia, es que se visualizan más rápido
estas realidades. Normalmente por la mayor densidad poblacional, que, al menor
índice de alteración, podría generar catástrofes incontrolables.
El cuarto
poder, es nuevamente protagonista de la manifestación pública: En un Paraguay,
todavía ensimismado. Pero que al perder a uno de sus más comprometidos
activistas, exige informar la verdad, no ya en pequeñas “crónicas policíacas de
esquinero”, sino en primeros planos, para tratar de construir justicia para los
ciudadanos, principalmente para los jóvenes.
El precio
pagado a la corrupción sistémica, es muy alto, y lastima a cualquier ser humano
medianamente construido. Al amparo de la fragilidad de una estructura
democrática contaminada de arriba abajo, sin ofrecer un camino cierto para el
ciudadano común.
Todo poder
de facto, lleva implícito el uso de la fuerza, para corromper voluntades. Pero cuando
la suma de la fuerza pública y los poderes, le hacen guiño a este abuso, se configura
la corrupción sistémica total o acefalía tácita de las instituciones.
Si la
política no evoluciona nacionalmente, cada despertar será un ataque parcial,
hacia el flagelo. Una cuestión temporal, que a tientas de la ignorancia, se
seguirá ocultando en el poder constituido de la República.
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