Un parroquiano del Alto Paraná me decía: “El error puede ser voluntario y la
ignorancia lo convierte en corrupción”.
Según la TGC, los poderes hacen la interpretación de la ley.
El campo de la sociedad preferido en el uso de los “errores”
sería la política; para hacer prevalecer ciertas ideas parciales, con viso de
interés general; muy difícil desentrañarlo en las acciones, ya que las ideas en
democracia deben fluir libremente. Libertad de acción y pensamiento, esperando
resultados positivos.
Cuando esto no ocurre, ya sea por interés o por carecerlo,
los accionantes defienden los actos, hechos y prácticas de la corrupción
sistémica, como si se tratara de un “error”, esperando que sea considerado así
por la gente y la misma justicia.
Esta verdad en nuestro mundo actual, va llevando a los
políticos al banquillo de los acusados, cargados de pruebas en contra, ante la
opinión pública: ocurre así, tal vez, en toda Latinoamérica.
Para la claridad, la libertad y la virtud, el “error” ya no
puede ser considerado en las funciones públicas y es sinónimo de ignorancia
voluntaria, para conseguir algo subjetivo.
Ocurre en cualquier sistema político, ya que la característica
de la corrupción sistémica siempre será recaudar, sin importar nación, raza o
religión; pobres o ricos, todos son iguales, agentes potenciales ante el mundo
consumista de logros relativos, sostenida hábilmente en política económica de
aparentes cambios apresurados y sin mucha planificación.
Al final el que paga por la ideología parcial, es el pueblo:
campesinos, trabajadores y pueblos originarios. Cargando el erario público, de
intereses cada vez más altos año tras año, total luego se pretende argüir ignorancia,
y si sale mal, todo se tapa con el “error”.