Hay rutas, hay
beneficios
Un parroquiano de Alberdi
explica: “La corrupción sistémica
ensombrece a la nación”.
Según la TGC, la ignorancia tiene grados en la interpretación jurídica, que permiten
determinar, a su vez, los niveles de
corrupción en los que adentra un país. Existe correlación perfecta.
Nuestra democracia,
nos permite más facilidad para la manifestación: sea de aceptación o de rechazo, en los casos de corrupción sistémica. Pero por la falta de conocimiento,
la confusión surte efecto en los ciudadanos, produciendo lo que podría
denominarse la “sombra de la
corrupción”.
Dos tipos de
corrupción
Aclaramos que existen dos
clases de corrupción: la contra ley
y la intra ley, pequeña y gran
corrupción, respectivamente. La primera, vista por la generalidad y atacada de
manera subjetiva. La segunda, actúa libremente por medio de la ley, convertida en sistema de poder, razón por la que se convierte en traslaticio
entre administraciones sucesivas.
Esta claridad,
libertad y virtud, muy aplaudidas en el mundo; al tratar de bajar la corrupción sistémica y hacer
respetar un Estado de derecho real,
y no seguir simples leyes muertas en boca de todos; siguen comprometidas en el
manejo público, porque siguen tratando de justificar
su accionar en nombre de una suerte
de “necesidad social”.
“Nosotros estamos tan pendientes de nuestra ruta, que hasta aceptamos esta sombra, con tal que se
haga...”, afirmaba el sureño.
Economía de escasez
La economía no es fácil de manejar, sea en lo personal y mucho más, en un Estado, cuando la misma está al servicio de quienes mandan, sin posibilidad alguna de separar negocios privados de los públicos. Convirtiendo al patrimonio en materia particular de inescrupulosos, absolutos ignorantes de la propia idea de bien común.
Si el ciudadano
se deja estar, en la simple enunciación
de democracia mayoritaria, acomodaticia de los cargos entre amigos,
parientes y correligionarios, el marco
constitucional será convertido en comodín de las ideologías parciales,
subjetivas y por ende, injustas desde su concepción. Ese no es el fin de la política, ni de un sistema republicano.
Cuando las políticas
públicas están diseñadas, para mantener el statu quo en el relacionamiento financiero y fiduciario
internacional, o para abonar los intereses de los cercanos y sus negocios, sin
importar la capacidad real del pueblo para con tales obras públicas, es vano
pretender saber quiénes serán los
destinatarios, beneficiarios y pagadores finales de tales muestras de feria, a
la que intentan dar el nombre de supuesto progreso.
Esta costumbre gubernamental, ya era constante desde la Grecia antigua; todo por demostrar supuesta
grandeza, desde la fatua creencia de levantar aparatosidades de hierro y
cemento, que sigan trasladando la escualidez
moral, física e intelectual de un pueblo saqueado por una banda de generaciones enteras dedicadas al
pillaje público.
Demostraciones que pretenden
dejar constancia, en un futuro, que les fue negado un presente digno, a la
sombra de la corrupción, a un paupérrimo pueblo
campesino, que sigue deambulando a la espera de justicia en su país.
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