—“Hasta hoy la gente y los politiqueros, al tratar la ética personal, piensan
que es una cuestión subjetiva, del interior de cada persona. Pero la corrupción
sigue arrasando igual, sin manos”—me decía un parroquiano de Alberdi.
Según la TGC, el poder sin
ética, es poder muerto, en cualquier sistema social o político.
A veces nuestros conciudadanos,
se adelantan al desarrollo de los valores sociales y tratan de adecuarlo, según
su grado cultural, a los administradores del país.
Toda agrupación política
debería tener a los mejores valores, cuya ética debe ser absolutamente
transparente, con el único fin de servir al prójimo.
Al carecer, cualquier hombre
público, de la ética suficiente en su labor personal, caerá totalmente su
efectividad, por dejar de ser respetado y escuchado.
Esto sucede en la democracia verdadera,
por eso generalmente los acusados por corrupción, en los países desarrollados
renuncian; y en los subdesarrollados, se los debe obligar a renunciar, ya que
pierden el respeto en su accionar, en el uso del bien común, a favor de todos.
La ética, nunca puede ser
obligatoria, pero socialmente, es más efectiva que cualquier penalidad, ya que
el afectado y sus allegados, estarán expuestos a la burla de socios y
comediantes. Haciendo el triste papel de ídolo de arena.
Nuestra democracia creció tanto
con la libertad de acción y pensamiento, pero siguen habiendo abusadores de la
ética personal; desafiando a todos al tomar una responsabilidad política en el
país. Con ignorancia en la obscuridad del poder.
“La claridad, la libertad y la virtud, sin ética personal, solo llevan
a acciones equivocadas, simulativas: caldo de cultivo perfecto en cualquier
sociedad, para la corrupción sistémica”—concluía este alberdeño de corazón democrático.
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