Me llama una parroquiana de Asunción diciendo: “Se compró un poco caro
los productos. Parece que la excepción da dinero”
Según la TGC si el poder no baja la ignorancia habrá injusticia.
Entender la diferencia entre lo correcto y lo justo, no siempre
está en las manos del público en general.
“Pero todo el mundo entiende que hubo acto de corrupción”,
me repite la ciudadana.
Partiendo de la base que la compra fue correcta, por la necesidad urgente
en los lugares señalados, sin embargo, el acto de adquisición pública,
tal vez no haya sido justo.
Empecemos a investigar.
Existen varios interesados en proveer a la institución del Estado,
los insumos de necesidad urgente, siempre y cuando tal necesidad sea real, no una
ficción.
El establecimiento de estas condiciones convierte a los encargados de la
función pública, no solamente en ejecutores, sino también en garantes de
los bienes públicos. Pero al no conocer medianamente, los principios que rigen
en la Teoría General de la Corrupción (TGC) o del curacionismo, como una
doctrina de la actividad jurídica del Estado, cualquier funcionario, del
rango que fuera, puede caer fácilmente presa los sistemas previamente organizados.
“¡Pero hubo colusión, todas las empresas son de un clan
familiar!”, reafirmó iracunda la dama.
Esa verdad nadie la pone en duda, pero resulta ampliamente entendido,
desde el ángulo jurídico, como secundario para el análisis y la
comprobación de la corrupción como un sistema paraestatal. Salvo que nos
decantemos por la figura del conflicto de intereses, siempre muy difuso.
Por eso lo importante de entender entre lo correcto y lo justo.
Lo correcto es, bajo esta circunstancia emergente y extraordinaria; satisfacer
cualquier necesidad imperiosa, casi sin importar la ética ni las buenas
costumbres. Así es como se refleja, para los funcionarios, la aparente
primacía del confort de lo subjetivo personal, por encima del propio interés público,
que, por la situación extrema, se encuentra bajo aparente sombra.
En cambio, lo justo debe reunir y respetar con igualdad de
derechos, a todos los posibles oferentes en un Estado Democrático, social
de derecho.
“Si hubo injusticia, entonces, debe caer, caiga quien caiga”,
sentenció la señora capitalina.
La frase está de moda en el mundo entero. Ahora, hacerla cumplir sin tener
la coordinación entre actos, hechos y prácticas de la corrupción, a
cualquiera de los poderes, les hace pensar dos veces, más, en un país subdesarrollado,
manejado entre parientes, amigos y serviles. Abrumados por la presión de abrir
grifos constantes en las empresas transnacionales, con salarios y ventajas
según la cara del cliente, para mantener su posición social o su cautivo poder.
La juventud siempre está confundida entre la verdad y la
mentira. Ésta viene como “valores”, pero
al servicio de los corruptos de turno. Por eso con el solo grito, sin técnica
jurídica ni política, que otorga una doctrina clara, solo se otorga ventaja a
los tradicionalistas y oportunistas; creyendo que debilitando con el
caos las instituciones y la prensa, se construye la ciudadanía. No todo es propaganda
en la vida y en la política.
Proyectar lo justo es prioritario siempre, aún en las emergencias.
La crisis ha permitido ver que una gran cantidad de los productos
que se ofrecen en el mercado, de compra habitual, pueden ser fabricados de
manera casera, a bajo costo y cuya calidad puede superar ampliamente a lo
fabricado.
Aquí comienza la importancia de saber y separar muy bien, lo público de
lo privado. Solo así se entenderá la responsabilidad que implica la
administración de una República.
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