“Nadie
puede eludir a su entorno, ya sea persona, animal o cosa; si no lo conoce”, me
decía una parroquiana de Pilar. “Entonces
el vivir con la corrupción es algo natural”, concluyó.
Según la TGC, una ciencia social encargada de
guiar y mejorar la convivencia, y al estudio de la corrupción; esta claridad,
lograda en libertad y virtud, abre las puertas del conocimiento a todas las
personas, y les permite separar definitivamente la corrupción subjetiva o personal, de la corrupción sistémica, que es eminentemente objetiva.
Esta apreciación, en el vivir de esta ciudadana
pilarense, nos da la pista que vivimos, crecemos y sentimos la corrupción. Pero
nos negamos a aceptar el antídoto para superar este flagelo del mundo, cuyo
único objetivo es recaudar a costa de los bienes públicos; costo alto que
terminamos pagando todos los ciudadanos. En cualquier sistema político y
siempre en la obscuridad de la ignorancia de la ley y el derecho, en Latinoamérica,
con viso democrático y social.
Tan tradicional se ha vuelto la confusión, de lo
subjetivo con lo objetivo, de la corrupción, por lo cual no podemos seguir
callando las barrabasadas de los encargados de la función pública en el país.
Tal vez el camino termine siendo el correcto, más
tarde o más temprano; pero de lo que podemos estar seguros es que la estructura
estatal, sin una doctrina jurídica clara, jamás puede evolucionar, del estado
de lo tradicional en “justicia” a la razón del derecho.
Aquí radica la necesidad de la ciencia social,
para poder superar los “mitos” anticorrupción, de los supuestos “transparentes”,
en manos de bien organizados corruptores sociales en nombre y representación de
toda la gente, pero en detrimento de ella.
Hoy tenemos la vacuna, con la TGC, y su doctrina
jurídica del curacionismo. Entonces, es hora de hacer lo correcto, expandiendo
su enseñanza en el vivir y superar el “cucú”
de la ignorancia.
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