Un bañadense me explicaba sobre las promesas de los libros a
los chicos de la media: —“Dijeron que
iban a repartir textos con los kids escolares, que era algo histórico. Pero que
no pudieron terminarlos, y los entregarán recién en junio o julio…”.
Según la TGC el poder tiene, por medio del Estado, el
control tanto de la educación como de la ignorancia.
La situación de los estudiantes de la media, ante las
promesas incumplidas, en tiempo y forma, de parte de un poder del Estado: constituye
corrupción sistémica grave. Debiendo dar lugar a la renuncia inmediata de sus
actores políticos, antes que traer excusas, que más que explicar, lo que hacen
es aumentar la total falta de respeto hacia los más jóvenes.
El conocimiento no puede ser aplazado por ninguna causa, so
pena de perfeccionar la corrupción estructural, por atropellarse un artículo
constitucional de orden público: del derecho a la educación integral,
obligatoria y gratuita. Un atentado a los intereses formativos en nuestro país,
considerando a los propios estudiantes secundarios, como simple relleno social.
Los libros no hacen a la calidad ni el progreso inmediato;
pero informan y aseguran saber, de manera autosuficiente a los jóvenes, para
una buena democracia.
—“Nuestros hijos ya no
se callan ante las simples promesas. Ya que estamos hartos de ver a los
politiqueros, decir un día y desaparecer al otro”—aseveraba el asunceno.
La claridad, la
libertad y la virtud van soplando en el país: La gente comprende y
cuestiona todos los abusos, realizados a nombre de los niños y jóvenes. Tanto
en las construcciones mal hechas o inconclusas, con presupuestos cobrados con
nombre y apellido, de los responsables de la plata pública.
Ahora son los libros, la plata del “Fonacide”, los cientos
de imputados de corrupción sistémica, configurados en hechos, actos y prácticas en el poder. Pero, como guinda de la torta, se sigue endeudando
al país, para hacer experimentos, tales como la impracticable ampliación (con el déficit estructural
actual) de la jornada escolar primaria.
—“Si alguien afirma
que puede haber progreso sin bajar la corrupción, demuestra que no vive la
realidad tal cual es”—reflexionaba el bañadense.
El precio de este flagelo cada año, deja a miles en peores
condiciones económicas, volviendo más harapientos a los sectores a los que se
dice favorecer. Porque el sistema no respeta raza, nación ni política, cuando
se basa en la ignorancia y la corrupción
en el poder.
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