Me decía un parroquiano del Bañado Sur: —“¿De qué salud podemos hablar, ante la corrupción sistémica que se desarrolla en nombre de la necesidad?”.
Según la TGC, toda ignorancia debe ser corregida por el poder. Aquí se plantea una dificultad a la gente; a los ciudadanos, quienes piensan y dicen: “¿si los propios encargados, son los más afectados por este flagelo, cómo pueden solucionar el problema del país?”.
En cualquier sistema de gobierno ocurre lo mismo: la corrupción no tiene otro objetivo más que el de sacar ventajas, justamente, en perjuicio de la salud pública, beneficiando a un grupo de personas, o, a ciertos individuos, considerados como capaces de sostener el sistema, a cualquier costo.
Esta ignorancia, del derecho y de la ley, es la corrupción sistémica más temeraria: tanto para combatir, como para bajarla; siendo la consecuencia, ante la opinión pública, de todo fracaso en la tentativa de las políticas de “salud pública”.
La democracia, imbuida hoy de cierta libertad y respeto moderado de las críticas, que se dirigen, por lo general, a los funcionarios públicos, permite, a la gente conocer y corregir, por medio del cuarto poder, ciertas falencias que puedan afectar en el presente, a un duradero respeto del Estado social de derecho: una norma constitucional imperativa.
La exigencia del pueblo, para la solución de las falencias estatales, en cuanto a la satisfacción de sus necesidades, justifica plenamente el conocimiento de esta nueva ciencia: que nos permite dotar a los argumentos, de claridad, libertad y virtud, necesarias para lograr el tan mentado bien común.
Dentro de ese bien colectivo, se encuentra el cuidado de la vida, en su integridad; siendo la persona, su ambiente y salud, los fines centrales de toda organización política en una nación que se precie de humanista, como es, creemos, la nuestra.
No basta con la asistencia, el servicio social o el pronto socorro, cuando se trata de superar problemas estructurales, de educación y de mentalidad política. Si no se baja paulatinamente esta sombra de la humanidad, tan devastadora y perjudicial para los más débiles en toda sociedad.
“Para tratar de levantar la salud pública—concluía el bañadense—nosotros tenemos la obligación de organizarnos y saber, exactamente, cuántos somos y que salud necesitamos”.
“La costumbre de aceptar, ante el Estado y la gente, de ver y pensar que los habitantes de los bañados, son escoria e incapaces de salir adelante debe ser superado, primero, por cada uno de nosotros”.
La corrupción es universal y la ignorancia es un elemento a vencer, para conocer y valorar la salud con justicia.
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