Un parroquiano de Alberdi me decía: —“La propaganda en los medios de prensa, de
que se hacen obras o se invierte dinero del pueblo, siempre juega a favor de la
corrupción sistémica. Porque no ayuda al análisis, solo se busca impresionar”.
Según lo estudiado por la TGC, lo mediático, forma la
percepción, que podría favorecer a la ocultación de actos de corrupción.
A veces la gente no comprende que la corrupción
sistémica necesita tanto del poder, como éste necesita de la ley, para lograr
los objetivos económicos en la sociedad.
Así es como la pequeña y la gran corrupción, están
unidas cual siameses en el mundo, uno cubriendo al otro en la esfera política
de los países.
La direccionabilidad
de las empresas de comunicación masiva, se logra por medio del elemento
ignorancia, que es voluntaria, pero que concreta la percepción previa: haciendo
pasar como urgente y necesaria, cualquier tipo de transferencia monetaria o financiera. Lo
mismo ocurre en las campañas anticorrupción, que supuestamente prevén la
solución de este antiquísimo flagelo social.
Esta realidad no se cambia con su simple invocación o
costosas máquinas. Solo la conciencia de claridad, libertad y virtud, presente
en cada uno de los ciudadanos, al servicio del bien común, podrán verse algunos
cambios sustanciales.
El parroquiano de Alberdi, muy leído por cierto, ya
capitaliza que la economía de los desarrollados está fuera de contexto, para
con nosotros. Convirtiéndose su práctica, en una industria de la usura
simulativa, la cual últimamente incluso cuenta con el colchón de nuestra banca
central. Desapareciendo todo tipo de riesgo empresarial para los capitalistas,
librando a la suerte y la “fe” de la gente, que se realicen las mejorías
prometidas.
Así es como bancos y otras instituciones cooperativas
que deberían servir al desarrollo de los más necesitados, como medio para
conseguir medios que le permitan superar la escasez, por el contrario, hacen de
gendarmes de lo poco y expoliadores modernos de la clase trabajadora, en todos
sus niveles.
Constituyen el triangulo perfecto de la sociedad: el
poder, la corrupción y la ignorancia. Uno en cada vértice, del manejo de la
cosa pública.
Hasta hoy ninguno de los candidatos a ser funcionarios
públicos de alto rango, hace mención siquiera a una política concreta sino a un
sectarismo a ultranza, para avanzar sobre la repartija de rubros, cargos y
licitaciones, sirviéndose del voto de la gente, que sigue esperanzada de formar
parte alguna vez de una democracia civilizada y culta.
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