“Ni millonarios ni pobres. Solo hay una libertad en la vida: La que se funda en el respeto a la naturaleza” –me decía una parroquiana de Yaguarón.
Según la TGC, el poder existe para buscar la armonía en equidad.
Esta verdad absoluta está compuesta normalmente por una ley,
conformada a su vez, por una parte, de ética y moral.
Para el curacionismo la norma no queda solo en su exposición de
ética y moral, sino que requiere de una aplicación correcta del derecho.
Al tener esta claridad, libertad y virtud, toda persona en
democracia tiene poder en sus manos, junto con la voluntad para hacer cumplir y
respetar los derechos de los componentes de todo Estado. Como es el caso
nuestro en particular, “social de derecho”.
Que, al no entenderse tal concepto de Estado, tampoco se puede pedir su
cumplimiento; haciendo de todos nosotros, analfabetos funcionales, al servicio
justamente de los depredadores de la naturaleza y perseguidores de los pueblos
nativos de toda América Latina.
Dormidos en un letargo, a causa de sus dirigentes autóctonos tan
tradicionalistas, sin evolución. Repetidores de planes fracasados en otras
latitudes y, aquí entre nos, reivindicados con bombos y platillos, como
supuestos progresos sociales.
Hoy estamos muy dolidos los seres en todo el mundo y nos damos cuenta de
estas grandes mentiras, puestas económicamente, solamente para sacar resultados
rápidos de países subdesarrollados y pobres. Aquí, allá y donde exista la
posibilidad de saltarse toda responsabilidad social, al amparo de politiqueros.
Quienes “usan y abusan” de la ignorancia, acomodados de las funciones
públicas.
Ya no va más. Estamos obligados a sanear y curar. No más moneditas de
meriendas dolarizadas, burlándose con golosinas y comida chatarra,
destinadas a los niños. Mientras, los padres se callan y viven indiferentes
producto de una alienación política, por la máxima necesidad social,
movida por la ignorancia.
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