Mucho se habla de corrupción en los últimos días, casi como
la noticia predilecta y la proyección perfecta para tapar negligencias
importantes en lo gubernamental.
“Hoy simplemente, se
ha conformado un triángulo perfecto, con vértices de corrupción, poder e
ignorancia; unidos como siameses”, me decía un parroquiano del Bañado Sur,
ante este temporal del niño muy tempestuoso.
Según la TGC, ni el poder puede sanear, sin la ayuda
prestada por la superación de la ignorancia.
La política es uno de los medios capaces de bajar el
flagelo, siempre y cuando los dirigentes conozcan los medios para desarmar la
estructura de la corrupción sistémica.
Al tener el triángulo de corrupción, poder e ignorancia sin
otro objetivo más que demostrar la efectividad de un planteamiento en cualquier sistema
político.
“Yo pensaba que la
corrupción solo era entre los pobres y los subdesarrollados. Ahora nos damos
cuenta, que más bien se da entre los poderosos, con cara de beneficencia: de
los directores de los puestos públicos y sus servidores. Mientras los
necesitados son esclavizados al amparo de pequeñas ayudas sociales”,
replicaba el bañadense.
Al desconocer los procesos de la corrupción y olvidando la
buena aplicación de una ley, llega la injusticia. Que no es otra cosa, que la
propia corrupción sistémica.
Al planificar, los encargados de administrar bienes y
justicia, para el pueblo, suelen olvidar el grado de responsabilidad de los
funcionarios públicos, ante cualquier desliz en el desempeño del poder.
Esto se desprende de lo establecido taxativamente en el
artículo 106 de nuestra Carta Magna, siendo responsables, personalmente, tanto por
el planeamiento así como de su ejecución directa, por acción u omisión. Solo
allí se puede hablar de igualdad ante la ley, en un Estado social de derecho,
democrático y republicano.