Seguimos con esta serie de artículos, que buscan explicar el significado de este “nuevo” término introducido al lenguaje de las ciencias sociales y políticas: la curación social. En ese marco analicemos comparativamente lo que implica la “Teoría General de la Corrupción”— cuya síntesis hemos presentado con el movimiento y la fundación en junio del año pasado—y la ciencia económica.
Para graficar, concretamente, puedo decir que la TGC, y futura ciencia de la corrupción, constituye el contrapeso de la economía pura y práctica. Tanto como disciplina de estudio, así como en su aplicación extendida a la práctica convertida en doctrina y acción política concreta. Remito para esto al análisis que en anteriores artículos realizaba sobre el curacionismo y otras doctrinas políticas.
El curacionismo se fundamenta en el estudio de la corrupción como problema central, y en el hombre como valor supremo para la sociedad.
Las ciencias económicas, y sus derivadas doctrinas políticas, colectivistas (socialismo, comunismo) e individualistas(liberalismo, capitalismo), tienen a las “cosas”, a los bienes y su utilidad para el hombre como el epicentro de su análisis y sus acción.
Por esa razón, podríamos decir, hoy, dentro del avance de la conciencia humana y social, que al pasar el derecho— que debía ser el contrapeso puro de la economía, en su aspecto ético y de justicia—a ser instrumento de la economía y de sus tendencias, el estudio sistemático de la corrupción, la ciencia de la corrupción, constituye la contrapartida social, a razón de esencia y materia, ante el avance deshumanizado del análisis y la práctica preponderantemente de contenido “economicista”. (Véase el capítulo 3 de “La curación social”).
Podemos decir que la ciencia económica y sus desinencias político-doctrinarias se concentran en el valor de las cosas, de la naturaleza y del hombre mismo, para su beneficio y provecho, para su subsistencia y persistencia.
En contrapartida, la Teoría General de la corrupción, y su derivación, el “curacionismo”, plantea el valor en esencia que tiene el hombre en sí mismo, para entender y proceder sobre tales bienes.
Una cuestión de enfoque, de circunstancia histórica actual, en fin, una cuestión de diferencia de principios.