“Tenemos que confiar en nuestras instituciones”, me expresaba una parroquiana de Asunción preocupada.
Según la TGC, la ignorancia es una corrupción sistémica en grande.
En primer término, las instituciones no son corruptas, entonces, nadie puede desconfiar de sus instituciones, sino de aquellos funcionarios encargados de hacerlas funcionar; como públicos responsables directos del buen andar de un gobierno. Por eso, la responsabilidad es el principio rector de toda administración.
“Entonces las instituciones nada tienen que ver, sino solo sus empleados de arriba y abajo…”
Claro, esa sería la franqueza en la expresión, al tratar de de comentar o denunciar tal vez.
A nosotros nos gusta interpretar a la medida de las conveniencias, por eso la ignorancia nunca puede ser argumento en el derecho y la ley, normalmente. Sin embargo, en el país, hasta en lo más simple, enredamos.
“Si una senadora miente públicamente, ¿qué pasa como funcionaria…?”
Hay dos tipos de mentira, la piadosa, que es eminentemente moral; pero, si la mentira se hizo en perjuicio de alguien, debe ser responsable ante la justicia correspondiente, después del desafuero, quedando muy dañada su situación ética social, en cualquier país del mundo.
Pero, pasa que esto tal vez, se desconozca en los países pobres, donde se compra a nombre de la democracia social de derecho, las bancas parlamentarias.
“¡Ya basta de simulación por la posición social!”, exclamó.
Si unimos la expresión fácilmente notamos que son los motores de la corrupción sistémica objetiva, la que usan los poderes y sus instituciones para sacar beneficios personales a favor de cualquier paganini, consumando así el perjuicio económico; que luego el pueblo, la gente, en representación del Estado social de derecho, debemos terminar pagando, con todos los intereses, tan largos como las obras de Itá.
Sin posibilidad de superar las oscuras maniobras: caja chica para las campañas de los conservadores de “mitos” contados con franqueza, la que jamás pueden cumplir por ignorancia y corrupción.
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