Sistema subordinado
Un parroquiano de Alberdi recalcaba: “Las personas son
entonces los operadores de la corrupción
sistémica; no es que funciona automáticamente”.
Según la TGC, la ignorancia
divide a todo poder, ya sea este de facto
o de virtud legal.
Nuestra ideología democrática,
fuertemente nebulosa, al carecer de lectura, sigue permitiendo a ciertas
personas, que son los actores directos de la representación popular: incurrir en actos, hechos y prácticas de la
corrupción sistémica, para el colmo
de financiar sus pretensiones políticas
inmediatas.
Decisiones
tangenciales
Aunque las decisiones de los mandatarios o representantes, en democracia, parezcan
irreversibles, es la participación
ciudadana la única que puede legitimar con plenitud sus efectos, para
aceptarlas o rechazarlas. Ningún claustro,
colegiado o grupo de poder, está por encima de la voluntad y libertad del pueblo; con mayor razón cuando de aquellas
fauces, no proviene tan siquiera estructura
doctrinal aprobada alguna, que justifique sus maniqueístas decisiones coyunturales,
tan apartadas del bien común o general.
“La mayoría no puede
cambiar los principios de la Carta
Magna”, aseguraba el hombre de tierra adentro.
Estas interpretaciones, tal vez, sean justas; pero la
realidad de los países bananeros, siempre fue el avasallamiento del derecho para beneficiar a determinados sujetos,
amparados en el reparto crematístico.
Subjetividad
interpretativa
Aquí es donde podemos advertir sobre la importancia de la interpretación de las personas, llamadas funcionarios, de las clases de
corrupción que existen en el mundo, para no seguir siendo consumidos por el
subjetivismo ético que hace caer
toda la responsabilidad solo en los empleados
estatales de menor rango y protección.
A esto se le debe sumar lo sistemático, disponible en los mismos,
a través del abuso de derecho, propio y
de amigos; sean capitalistas o
prestatarios, quienes sostienen a la gran corrupción sistémica, a nombre de
la supuesta democracia y la gente,
casi sin interés ya en participar de la farsa
cada vez más evidente.
La reeducación social
con claridad, libertad y virtud,
puede cambiar a las personas, principalmente
a través de la enseñanza; respetando el valor de las leyes, la buena
interpretación debida por los administradores de la cosa pública y las personas
a cuya política se involucran.
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