Una
parroquiana de Asunción me dice: “Tomar las instituciones civilmente es democracia”.
Según
la TGC, todo poder está dividido por la ignorancia en acción.
Aquí
surge la pregunta ¿hasta dónde puede un particular manifestarse, ya sea por su
necesidad o la falta de cumplimiento de los funcionarios superiores o
autoridades?
Si
estos últimos utilizan el poder o la representación
democrática para beneficiar a cualquier allegado, amigo o pariente,
mediante la cosa pública cuya guarda le fue encomendada, ¿Tienen derecho pleno
los ciudadanos de rebelarse ante autoridades de éste nivel de insensatez e
ignorancia del estado constitucional?
Ante
esta irrefutable realidad de actos, hechos o prácticas cometidas a través de
los poderes, la ciudadanía busca y hace uso de cualquier sistema que le permita
contrarrestar, a veces de manera más o menos salvaje, los abusos del poder político y de su colindante, el poder económico.
Lo
lastimero es que tales reacciones, convulsiones sociales e involuciones, suelen
ser aprovechadas nuevamente por las mismas estructuras
corruptas, que bajo un aparente cambio de signos (porque casi nunca cambian
las personas en los gobiernos), cae en los mismos males que criticaban en quienes
les antecedieron.
Por
eso se ha escrito, desarrollado y planteado, de manera pública y continuada la
primera Teoría General de la Corrupción,
en el Paraguay, pero con alcance universal: para poder aclarar definitivamente
el problema del poder. La relación,
por mucho tiempo inextricable, que existe entre el poder, la ignorancia y la
corrupción, como elementos de la misma ecuación, y no como hechos simplemente
concomitantes bajo ciertas coyunturas.
En
esta nueva ciencia se ha establecido
que las responsabilidades de los funcionarios públicos, principalmente de
aquellos tomadores de decisiones, es intransferible. Por eso toda política
anticorrupción debe desarrollarse de arriba para abajo, y no al revés como se
pretende hacer comúnmente. Se encandilan con los pequeños entuertos para tapar
los desfalcos con maraña legal.
Las
cabezas siguen un sistema de blanqueamiento, ya que la corrupción estructural
solo se inicia con los desvíos de fondos, el lavado de activos o la propia
comisión flagrante de actos directos de
corrupción. El sistema se sigue perfeccionando luego, justamente en los
procesos de jurisdicción, donde se busca responsabilizar de cada hecho a los
subalternos, como si la obligación de conocer y administrar fuera una cuestión
de azar o de predestinación.
Muchos
ex mandatarios, lo han sorteado a lo largo de nuestra historia, porque nuestro
sistema bancario ha sido muy permeable y hasta si se quiere muy afín a la
financiación por medio de capitales de origen ilícito.
Es
interés del autor de esta Teoría General de la Corrupción y de la doctrina de
la Curación social, que su conocimiento llegue, desde el pre-escolar inclusive,
hasta las universidades, porque son principios sin los cuales no se puede entender
a las sociedades, a la política y a los Estados, que resultan un resonador
permanente de crisis.
Un
Estado de derecho capaz de respetar
y hacer respetar a nuestros representantes electos, es lo necesario. “En caso
contrario, estaríamos consintiendo pasivamente el abuso de las autoridades,
puestas por nosotros mismos y cuyo supuesto poder los termina convirtiendo en
monstruos, votados por sus víctimas”—corroboraba la ciudadana asuncena.
El
curacionismo puede curar y corregir, porque enseña la libertad como una
facultad política, y no como una entidad moral indisoluble ni pétrea, que no
tiene consecuencias mayores en la mejoría de las personas.
Todos
queremos vivir en una democracia de verdad, sin falsedades, al amparo de un
mundo con claridad, libertad y virtud, pero para lograrlo, tenemos que estar
alertas.
Comentarios
Publicar un comentario