Me llamó una parroquiana de Asunción y me dijo: “Se
ha cometido la gran corrupción”.
Según la TGC, el poder y la ignorancia, en
concomitancia, forman la corrupción. Esta claridad que parece no importarle a
casi nadie, es, sin embargo, ante los hechos, irrefutable.
La ignominia aparente hacia este estudio, con
mayor razón cuando algunos se creen dueños de los poderes de un Estado, sea en
democracia o en cualquier sistema político; obedece solo a un interés
circunstancial. Esto es así porque a la corrupción, solo le importan los
resultados económicos que se obtengan a expensas del “Estado” o las “Instituciones”,
que acumulan y administran en nombre del pueblo y cuyos representantes electos
son responsables directos, si ocurre algún desliz en su mandato.
“Aquí no hay duda— insistía la dama—Hubo gran
corrupción, incluso documentada y a la vista”.
El manejo familiar al estilo de la monarquía hereditaria,
hoy día se practica en Latino América, dando como producto gobiernos
gatopardistas, tradicionalistas, en perjuicio de todos y de una democracia sin
claridad, libertad y virtud para la gente.
“Si queremos una democracia de verdad, todo debe
limpiarse en el Estado, para volver a creer en nuestras instituciones, el
Estado de derecho y la política misma”—sentenció la señora asuncena.
Esta expresión liberal llena de emoción a la gente
en Paraguay, un país donde nos conocemos todos y sabemos de los “usos y abusos”
de parte de los llamados “servidores públicos”.
Una vez más los poderes pretenden ser amos y
señores, confundiendo generalmente el patrimonio personal con los del estado.
Viven de intereses creados sostenidos por puestos y resultados.
Hoy de a poco van saliendo a las calles a protestar:
Esto es Latino América, poca lectura y escasa visión social.
“Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad de
sanear la República de la corrupción”—afirmaba la ofuscada mujer.
La característica de la gran corrupción es tratar
de hacer pasar un perjuicio en contra del país, a través de un instrumento
legal: ley, decreto o resolución; interpretación obligada de la ley, pero
siempre a favor de una entidad o persona, para quien va los beneficios económicos.
La propaganda y las ilusiones, van a la prensa y los votantes.
No es extraño en nuestra región, o incluso en todo
el mundo civilizado, que los funcionarios tengan algunas ventajas que los
puedan beneficiar; ya sea en licitaciones, compras e incluso reformas legales.
Así es como se distorsiona la finalidad de un Estado social de derecho, como el
del Paraguay, para convertirlo en un Estado instrumental a los sistemas de
corrupción.
Hoy, por lo menos nos permiten gritar, correr y
llorar en contra de los dueños de los poderes, nuestros supuestos
representantes, que por ética deberían renunciar, y no seguir jugando con la
corrupción.
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